martes, 6 de noviembre de 2007

Ven, corre...

Tenía la cabeza apoyada contra la ventana del autobús. Miraba las cosas pasar, árboles, casas, personas. Todo tan rápido, que se difundía. Todo, cada calle, cada detalle, todo estaba tan lleno de recuerdos, de momentos que pensaba, habían caído en el olvido, y que ahora volvían a desarrollarse tan claros ante mí; tan claros, que la piel se me erizaba y un sudor frío recorría mi espalda. ‘Tendría que haber vuelto antes’, pensaba una y otra vez. ‘Pero ahora ya es tarde… demasiado tarde.’ La cuidad donde había crecido me resultaba extraña, el lugar que un día había sido mi cálido hogar, ahora sólo era fría y distante.
El viaje continuaba, tranquilo. De repente, algo me hizo estremecerme. Levanté la cabeza. Ahí estaba, ese era el lugar. Ese. Parpadeé y ahí nos vi, a las dos, jugando. Parecía como si el tiempo se hubiera parado. ‘Ven, corre, vamos a nuestro escondite’, resonó en mi cabeza. Las risas de dos niñas hacían eco en mi mente y en mi corazón. Volví a parpadear. Ya no estábamos. Volví a escuchar el interminable ronroneo del autobús. Toda la luz del recuerdo se había desvanecido y había dejado tras de sí un paisaje gris, que anunciaba tormenta. ‘Demasiado tarde’, susurré.
El vehículo se detuvo. Fue el brusco movimiento al parar lo que me hizo emerger de mis pensamientos y me apresuré a bajar. En cuanto estuve fuera del autobús, éste retomó su camino, dejándome completamente sola en aquel desierto lugar. La verja negra estaba entreabierta. Al empujarla para poder entrar chirrió. Entré. Estaba empezando a atardecer. Era un lugar bonito. Grande y con muchos árboles, con enormes campos de hierba divididos por estrechas pero largas calles que partían de la más ancha, la principal. Recorrí aquel laberinto de calles con un arrugado papel que contenía algunas indicaciones para hallar el lugar que buscaba. Finalmente lo encontré. No pude contener las lágrimas. Mis piernas perdieron toda la fuerza, lo que me obligó a arrodillarme. Quería que todo fuese un sueño y que acabase ya. Pero sabía que no lo haría. Con mi mano hice un pequeño hoyo delante de mí, en la tierra húmeda. Hecho esto, saqué de mi bolsillo un papel doblado con cuidado. Lo miré por última vez, lo besé y lo metí en el hoyo, volviéndolo a cubrir de tierra, dejando el papel completamente enterrado, y lloré.

La policía había encontrado aquel cadaver flotando entre las aguas del río del pueblo. Nadie reclamó su cuerpo. Las pruebas que aquella mujer había dejado antes de arrojarse al vacío, condujeron a la policía hasta una carta enterrada ante una tumba. Esta decía:

“Te prometí que volvería a por ti y aquí estoy. He vuelto, aunque demasiado tarde y no pueda cumplir el ‘a por ti’. La vida viene y va y no nos pregunta lo que queremos. A mí no me preguntó y no supe imponerme frente a ella. No supe volver hasta que me llamaste. No encontraba el camino de vuelta a casa, quizás ni lo busque. No supe regalarte ni un poco de mi tiempo, hasta que las circunstancias no lo requirieron. Ahora la vida se ha ido para no volver jamás y nunca podré recuperar ni un instante del tiempo que pasé lejos de ti. Han pasado muchos años desde que me fui, dejándote atrás para siempre, aunque en el momento que lo hice, no sabía que sería hasta nunca. No sabía decir exactamente en qué momento dejé de pensar en ti, deje de echarte de menos y aprendí a vivir sin ti, pero lo hice y te pido perdón por ello. Ven, corre, vamos a nuestro escondite... Y pensar que todo esto fue por no saber tragarme mi orgullo y dejar atrás aquella absurda discusión. Y ahora ya no puedo ni darte un abrazo, para demostrarte que... lo he olvidado”

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Con lo bien que empezaba el texto... sí, es que yo soy un optimista, me gusta todo muy bien y muy bonito.

Pero vamos, que la calidad se presupone antes de empezar a leer y da igual si de lo que trata el texto es de una tardía reconciliación. Sigue siendo 'pata negra'.

Te aseguro que estas pequeñas cosas empiezan a convertirse en mi pan nuestro de cada día. Te agradezco que sean así.

Un beso.

Anónimo dijo...

Es vertiginoso el ritmo de textos -encima tienes la desvergüenza de escribir muy bien- que lanzas al blog. ¿Por qué no escribes una novela? Ya que yo no soy capaz de enlazar tres capítulos seguidos, ¡hazlo tú!

Besos