jueves, 8 de noviembre de 2007

Para Diego

La oscuridad lo inundaba todo, por dentro y por fuera. Ella lloraba en silencio. Entre lágrimas oía a alguien respirar. Estaba durmiendo no muy lejos de ella, si estaba un poco el brazo, hasta podía rozar su piel. Pero no era la piel que ella quería acariciar, era otra. La persona que ella quería tener cerca, no estaba allí. Bueno, si estaba, al otro lado de la pared, bromeando y riendo con sus amigos. Podía oírles, pero tan lejos, que no podía ni adivinar por qué reían, era como un susurro, apenas audible. La verdad, tampoco le prestaba demasiada atención, estaba tan sumida en la oscuridad, que nada tenía ya importancia. De pronto, algo la sacó de sus pensamientos. Era aquel olor inconfundible. Provenía del cojín con el que habían estado jugueteando horas antes, y que ahora yacía entre sus brazos. Y así, abrazada a aquel olor, comenzó a recordar aquellos dos últimos días. Podía verlo todo pasar frente a ella, como una película. Cada palabra, cada sonrisa, cada detalle había quedado guardado en su memoria. Hasta sintió en su boca el sabor de las moras que había cogido de su mano, sólo para poder decirle gracias e intercambiar sonrisas. Todo. Recordó la discusión por quién llevaba los pasteles, el paseo en bicicleta, el acantilado con la roca, en la que no te puedes sentar porque te llevan las olas. También se acordó del paseo con las flores y el camino de vuelta, él había estado confundido, pero no lo sabía… También pasó por su mente la estrella fugaz, el paseo cogida de su brazo. Hasta había un hueco entre sus recuerdos para el escondite, él siempre corría mas. El día de mimos había sido el mejor, si, el de borde no le había gustado tanto, porque… Al volver a la oscuridad se sorprendió a sí misma sonriendo. Era sonrisa muy triste, pero no habría podido pedir mas. Volvió al olor. Era una cobarde, se había saltado el último recuerdo… en un vago intento de apartar su mente de aquel momento, se preguntó si él se acordaría de todos aquellos detalles, pero inmediatamente se sintió tonta e ingenua por hacerlo… claro que no. Se obligó a sí misma a volver a aquella última noche. Recordar aquello dolía mucho, pero debía hacerlo, y lo sabía. La discusión había sido muy dura y le había hecho mucho daño. Ella también había sufrido, pero se lo merecía o, por lo menos, eso era lo que ella pensaba. Además, ella se lo había hecho a conciencia, y eso le desgarraba el corazón, aunque sabía, que no había habido otra solución. Eso no era excusa, lo sabía, y pensarlo tampoco le hacía sentirse mejor, pero, y aunque su corazón se estuviera partiendo en mil pedazos a la vez, lo había hecho para protegerle, protegerse. Había necesitado hacerle daño para apartarle de ella y de sus sentimientos y acabar con sus fantasías y sueños que no harían mas que daño, y aquella había sido la mejor manera, aunque lo hubiera hecho con lágrimas en los ojos y sin dejar de pensar en él ni un instante. Ella había sufrido más que nadie, pero ni eso ni nada importaba ahora ya, porque, y aunque era lo que ella, rota y desesperada, había buscado, le había perdido para siempre. Se abrazó por última vez al olor y lloró. Lloró, hasta que, abatida, calló rendida ante el implacable sueño. Y, al otro lado de la pared, tres voces bromeaban y reían sin percatarse, de la oscuridad que todo lo inundaba, por fuera y por dentro.

2 comentarios:

Anita dijo...

Sin malos entendidos... Diego es mi primo...

Un beso!

Anónimo dijo...

Joder, esto es un cachondeo. Me haces que tenga mala conciencia con tus actualizaciones diarias y eso no puede ser.
Menos mal que tengo preparado atentar contra el buen gusto y la elegancia literaria en breve...
Besos (uno sólo) terroristas!