martes, 1 de diciembre de 2009

¿Imaginas?

¿Imaginas ponerte todos los días unos zapatos que te hacen daño?
¿Imaginas pincharte con las espinas de una rosa y, en vez de poner más cuidado, intentar la siguiente vez cogerla con más fuerza?
¿Imaginas cuidar con esmero una herida para no dejar que se cure nunca?
¿Imaginas cortarte con un cristal y contemplar cómo brota la sangre?
¿Imaginas salir a la calle en pleno invierno, desnuda, y disfrutar la nieve bajo tus pies descalzos?
¿Imaginas tocar el fuego mientras te deleitas viendo cómo todo arde?
¿Imaginas cortar una cebolla y no querer dejar de llorar nunca?
Entonces…
¿Por qué tropezar una y otra vez con la misma piedra?
¿Por qué levantarse y volver a estrellarse con la misma pared?
¿Por qué no soltar lo que hace daño?
¿Por qué aferrarse a cosas imposibles?
No hay razón alguna para sobrevivir a base de amores pasados que no fueron cuando pudieron y que nunca más serán.

jueves, 30 de julio de 2009

28/Julio/2009

El sol entra de puntillas por la ventana y acaricia mi cara. Parecen tus manos despertándome y abro los ojos. ‘Buenos días’, me dice la mañana, arrancándome una sonrisa.
Sin hacer ruido me levanto y salgo fuera. Lo que queda del frío de la madrugada me lava la cara, aún queda rocío en el césped.
Camino. Sé dónde me llevan mis pies y no intento resistirme.
El asfalto que sentía bajo mis pies ya no está. En su lugar, fina arena. Sigo andando hasta que siento el agua. La playa está desierta. El mar es el único sonido y la única vista. Es la única compañía. Me voy sumergiendo en él, dejo que acaricie cada parte de mi cuerpo, piel con piel. Nada me ata ya, ni siquiera la ropa. Dejo mi cuerpo flotar sobre la superficie, mirando el cielo tan azul, para que me reconozcas si vienes.
Oigo a alguien en la orilla. Sonrío mientras me pregunto cómo me habrás encontrado. Salgo del agua despacio, intentando atrapar este momento de tranquilidad. Tranquilidad por saber que, al final, has venido a buscarme. Pero, cuando lo único que queda dentro del agua son mis pies, me doy cuenta de que no eres tú. ‘¿Estás bien?’, me pregunta la figura. Una sonrisa como respuesta.
Mis pies deciden que es hora de irse, me alejo de la playa.
Te dejo en el mar, con mi baño. Como un mensaje en una botella, espero que te llegue al otro lado del mundo.

27/Julio/2009

No sé cuántas estrellas se ven desde tu lado del mundo. Supongo que muchas, muchas más que aquí. Ni siquiera sé si las miras y no creo que, si lo haces, te acuerdes de mí. Pero hoy, tras un día de lluvia y prisas, el universo me regala este momento.
Descalza, he buscado un pequeño rincón de oscuridad y me he tumbado en la hierba. El cielo, coloreado de noche, está manchado con innumerables puntos brillantes.
Inspiro aire limpio, con calma, llenándome de oscuridad. Y te echo de menos. Pienso en que, tal vez, te gustaría estar aquí, tumbado conmigo, viendo a través de mis ojos y sintiéndote tan pequeño, dejándote inundar por la inmensidad de todo lo demás. Pienso que te enseñaría las constelaciones y te contaría historias pasadas, de qué les llevó allí.
Tanto te pienso que me niego a volver a la realidad, a mirar a mi lado y no encontrarte. No sé si lo que se me escapa es una sonrisa o una lágrima. Lo que sí sé es que la felicidad debe parecerse a esto.

25/Julio/2009

¿Te acuerdas de cuando cabías en un castillo de arena? Cerca del mar todo parece más fácil.
Muevo los pies desnudos, no me gustan los zapatos. Juegan con la arena mientras me acerco al agua, hasta que lo toco. Y sonrío. Sonrío pensando en ti y en lo que te gustaría estar aquí. Busco rincones nuevos para enseñártelos cuando ventas, si vienes algún día. Miro al horizonte y pienso si tú estarás al final del mar, al otro lado de la línea.
Y te echo de menos.

lunes, 13 de julio de 2009

Amets egiteko

Poco convencida dejo irse a mi cordón umbilical, desaparecer entre la muchedumbre, irse con otros. No puedo creer que las bicis nuevas queden tan lejos. Siento que todo se encoje a mi alrededor, también la ropa. La ropa que llevaba puesta, ya no. ¿Dónde estarán los leones? Estás de vacaciones, ¡de vacaciones!, me digo, como si lo repitieses tú.
Abro los ojos. Me acaricio las piernas, pero no encuentro nada golpeándolas. ¿Y la cara? No, tampoco hay manos en mi cara. Ni siquiera agua. Miro el reloj: demasiado tarde para los cuernos. Aunque no tengo sueño, te lo cuento. Que es demasiado tarde.
Mis manos están vacías. Las observo por un lado y por otro pero no puedo encontrar nada. Sólo una canción sin sentido y un guante de látex, aún sin armar. Al levantar la vista para buscarte, me doy cuenta de, aunque pensaba que estaba sola, no es así. Estoy en medio de 80.000 personas y no puedo evitar reír. Sin poder creerme que sean tantas (80.000!!!!!!!!!!!!!) empiezo a contarlas… en inglés. O T T F F… Una lágrima comienza a caer, no puedo parar de reír.
Mejor ir a por un poco de agua. Cuando comienzo a beber, un extraño sabor me invade. PERO CUANTA SAL!! Me miras y te ríes, tú lo sabes. Pero ya no me importa porque así tú foto da sentido a la mía.
Busco casas, casas bonitas, para verlas juntos aunque soñemos por separado. Yo tengo una aquí. No es fea. Es cómoda, siempre caliente, siempre con la puerta abierta. Quisiera quererla, quisiera que me gustara. Pero no lo consigo. Sólo pienso en una casa que está lejos, en medio de una montaña. Para llegar hay que atravesar fría nieve y peligrosos ríos y, cuando llegue, estará cerrada. Pero no me importa, aunque mi cabeza diga que tengo un pequeño “síndrome”.

Podría seguir y seguir. Escribir de mi nariz y del mejor jugador a los palos, de manos teñidas y de quitarte pinzas en el desván, de cervezas, de juicios en medio del campo. Pero todo eso ya lo sabes.
También podría empezar diciendo “si mi cuerpo fuera pluma…” pero no quiero mentirte.
Prefiero contarte la sensación de libertad que sólo tú me has enseñado. Prefiero decirte que me gusta la forma que tienes de dejar todo mi mundo del revés, de hacer añicos lo que debería ser y dejar paso a todo lo demás. Prefiero que sepas que me gusta sentarme en cualquier sitio a no hacer nada. Me gusta hacer masajes mientras tú haces cosquillas y planear secuestros. Me gusta que medio chocolate sepa mejor que uno entero. Me gusta cuando me dices “ven aquí” porque has encontrado algo bonito y me gusta buscar cosas curiosas para enseñártelas. Hasta podría llegar a acostumbrarme a que interrumpas mis horas y grites en mi oído. Imagínate que hasta me gusta que me despiertes tocándome la náriz…

No sé en qué palabra podría resumirlo todo, porque quizás no exista, pero me gusta pensar que está cerca de la isla que se convirtió en montaña… por tu culpa.

domingo, 28 de junio de 2009

Hay miedos que pueden resultar más peligrosos que otros. Hay personas con absoluto pánico escénico que son incapaces de ponerse delante de un amplio número de individuos. Pero, aún así, creo que es más fácil hablar delante de una masa anónima que enfrentarse cara a cara, mirando a los ojos, a una persona, alguien con rostro, con nombre y apellidos.
Cuando tengo la sensación de que he dejado palabras en el tintero, palabras que no han sido pronunciadas, siempre pienso que sólo hay dos motivos por los cuales esto sucede: o, por alguna razón, no he querido hacerlo o no tengo el valor para buscar las palabras. Piensa que ambas necesitan solución.
No sé con cuál de tus personas quedarme: con la que se enfrenta y da la cara o con la que se esconde entre palabras confusas. Tampoco sé qué te lleva a cambiar, a ser una u otra.
Pero creo que, al fin y al cabo, es un acto de cobardía y que, en el fondo, me subestimas.


"Los cobardes mueren muchas veces antes de su verdadera muerte; los valientes prueban la muerte sólo una vez." (William Shakespeare)

Ana.

PD. Cuando concluya el silencio (por cierto, es laboral) sabrás de mí.

miércoles, 24 de junio de 2009

Fresas con champán


Nunca me había parado a pensar por qué se toman las fresas con champán. ¿Tú te lo habías preguntado alguna vez?
Le prestaba una atención relativa a Pretty Woman hasta que Richard Gere lo dijo: el champán aumenta el sabor de las fresas. ¿Será verdad? Y mi cabeza empezó a funcionar. Sin permiso, como siempre. Mi interés hacia el resto de la película desapareció. Fresas y champán. La burbujeante bebida es más de Navidad, la fruta roja viene con el verano. Tal vez sea el invento de un avaricioso príncipe que lo quería todo junto, el frío y el calor. Quizás fue una bruja la que los separó, como castigo a un exceso de lujuria. ¿Y por qué juntos representan una sensual seducción? ¿Lo sabes tú? ¿Lujo y sensualidad? ¿Desinhibidor y afrodisiaco? O a lo mejor sólo es una tontería más, que únicamente tiene importancia cuando alguien se la da, como yo.
Iré a comer unas fresas, para el champán aún es pronto. Seguramente exista una sencilla respuesta química y la mezcla de ambas sustancias haga que aumente el sabor. Preferiría pensar que no, para tener algo sobre lo que escribir.

viernes, 19 de junio de 2009

Sobredosis

Su espalda apoyada en la pared. En una mano se consume un cigarro, la otra sujeta su cabeza que pesa demasiado como para permanecer erguida. No entiende cómo ha llegado a ese punto, ¿qué he hecho?, ha vuelto a caer. Lo ha intentado. Con todas sus fuerzas ha intentado resistirse. Pero él acabó siendo más fuerte, su debilidad. Su única debilidad. Y ahora ya no hay vuelta atrás, ahora corre por sus venas sin compasión. ¿Qué he hecho?
Comienza a sentir cómo va nublando su cabeza, cómo inunda sus pulmones. Intenta atrapar una última bocanada de aire. Pero es demasiado tarde, todo está perdido.
Cuando está a punto de abandonarse a la locura, la despierta una suave brisa. Inunda todo con un olor que ella conoce bien. Llena de rabia, se frota la nariz. No, no quiero. No quiere que ese aroma entre dentro de ella. Cuando cree que no puede haber mayor sufrimiento que el que ahora inspira, un sonido le taladra los oídos. Esa voz, dulce. Grita, para sólo oírse a sí misma. Grita, lo más alto que puede, para no oír nada más, mientras con las manos presiona sus orejas. Con fuerza, para no oír nada. Pero queda petrificada. Ha notado una mano recorriendo su piel. Violentamente intenta apartarse, no quiero que me toques. No lo consigue. Sólo quiero abrazarte, retumba la voz y los brazos la aprisionan. Quiere escapar, correr lejos de allí.
Abre los ojos. Sólo para despertarse, sólo para que se acabe. Y ahí está él. Sólo un beso, el suave sonido mientras se acerca. No puede escapar. Y grita, cada vez más fuerte, llora, gime. Con las uñas araña su propia piel, desgarra su propio rostro. Grita. No sabe que no hay nada. No sabe que está sola, que pelea con fantasmas.

Abre los ojos. No sabe dónde está, no sabe qué ha pasado. Le duele cada parte de su cuerpo, la piel le arde. Y está sola. Quiere abrazarle, pero no está. Quiere verle, tenerle a su lado.
Le hace falta mucho esfuerzo para levantarse. Tambaleándose, apenas logra mantenerse en pie. Su mano busca la pared para no caerse, tiene que aprender a hablar sobre el suelo resbaladizo. Un paso, otro. Va a buscar su dosis diaria. Toca su nariz, sangre.
Sabe que no debe, otro paso, pero está irremediablemente perdida: necesita sus palabras, las de él, fluyendo por sus venas.

jueves, 18 de junio de 2009

Larga noche

La noche me oculta. Ahora, cuando nadie me ve, puedo curar mis heridas. Miro a mi alrededor. La pared que tanto esfuerzo me había costado, que con tanto esmero había levantado para protegerme, no es más que añicos, pequeños trozos esparcidos por todas partes.
Asustada e indefensa los voy recogiendo. No puede quedar ninguno o nunca seré capaz de reconstruir me refugio. El pegamento… ¿dónde está? No sé dónde lo he puesto. Mientras lo busco desconsolada, he dejado caer, sin querer, todas las piezas del puzle que llevaba recolectadas. Qué desastre. Volver a empezar. Una lágrima se asoma a mis ojos. Son demasiadas, yo sola no puedo.
Perdida, me tumbo sobre ellas buscando un amparo que ya no existe. ¿Cómo he podido dejar que se rompiera?, ahora que ya no tiene remedio. Como un animal lamo mis heridas. No sabía que las cicatrices que parecen curadas pudieran abrirse de nuevo.
Tumbada en el suelo, rodeada de pedazos de nada, envuelta en un silencio tan atronador que apenas me deja pensar, comprendo que el daño es irreparable. El simple sonido de una respiración o el calor de una piel podría salvarme. Nada.
Sólo la noche se acerca a mí. Para que no se me olvide que estoy sola, me cubre con una áspera manta de oscuridad. Antes de desaparecer, también ella, dice: Así, al menos, no pasarás calor.

miércoles, 17 de junio de 2009

Rosas blancas

“Tu mirada distraída me acarició sin quererlo y en el acto, en cuanto se encontró con la atención de mis ojos, se convirtió en aquella manera tuya de mirar (…), esa mirada tierna que te envuelve y a la vez te desnuda, que te rodea y casi te toca (…). Tu mirada, de la que yo ya no podía ni quería deshacerme, aguantó la mía uno o dos segundos, y luego continuaste adelante. El corazón me latía con fuerza, me vi obligada a ralentizar el paso y, cuando me di la vuelta por un impulso que no se dejaba reprimir, vi que te habías detenido a mirarme.”

Stefan Zweig - Carta de una desconocida

viernes, 12 de junio de 2009

¿Un día cualquiera?

Ruido. Me quejo. Hasta en sueños oigo el sonido del despertador. Abro los ojos. Mal despertar. Otra vez he olvidado que yo no sueño. El reloj dice que es tarde. Correr. Apenas dos minutos para que el agua resbale sobre mi piel. Prisa. Ropa y puerta. Mis pies se mueven solos. Correr. Ruido, empujones y yo sólo quiero dormir. Prisa. Sólo tumbarme en la cama y que nada ni nadie me molesta. Prisa. Entre pisotones oigo un pitido escaparse. Correr. Resoplo. Soy un desastre. Prisa. Correr. Con lo bien que estaba yo en la cama. Calor. Abrir frente a mí. Cerrar. Abrir. Cerrar tras de mí. Correr. Subir. Calor. Otro motor. Prisa. Respiro hondo. Ya está.

La tranquilidad me envuelve. La luz se ha apagado y un cristal da vueltas, sin parar. Pero está quieto, sin preocupaciones. Como yo. Como un rayo cualquiera. Como un ibuprofeno mágico, que puede con todo. Años, historias, viajes. Todo se ha ido. Todo menos una suave voz. No me canso. Ya no quiero dormir, sólo escucharla, sólo paz. Nada se mueve, ojos y risas. Hasta el agua descansa ya.

Vuelve a sonar el despertador. No, yo no sé soñar. Que me pierdo. Adiós. Prisa. Calor. Correr. Correr. Correr.

martes, 26 de mayo de 2009

Este partido se juega en Europa

Hoy me ha llegado una carta. No me gustan las cartas. Están anticuadas, obsoletas. ¿Quién necesita una carta cuándo para salvaguardar la cultura ya están los toros? Todas esas tonterías son culpa de Zapatero. Escribiendo cartas en vez de dirigir el país.
Pero a mí me hace ilusión. Jose Luis me escribe habitualmente. Son cartas largas, llenas de sentimiento. Me escribe para explicarme lo que hace, su día a día. Me escribe para explicarme cómo trabaja para mí, para nosotros. Me escribe para corroborar mis derechos y libertades, para describir sus acciones sociales, sus nuevas propuestas.
Me gusta que me escriba, sus frases me dan ánimo, ganas de seguir. Lo que más me gusta es que siempre lo hace de forma desinteresada, sin ningún fin específico. Únicamente para que sienta que hay alguien que se preocupa por mí, se interesa por mis problemas y los de los demás.
Hoy me ha llegado su carta. Las lágrimas resbalaron por mis mejillas, de emoción. En su última carta, Mariano me dijo que también me escribiría pronto. Espero que no tarde, me muero de ganas de que, también él, atienda mis necesidades.
Me encanta que se acuerden de mí, sobre todo cuando no piden nada a cambio.

¿A vosotros también os escriben?

sábado, 23 de mayo de 2009

Tormenta

Aún corriendo y mojada, sólo tengo ganas de escribir. Todo lo que se había ido, lo que se me había olvidado cómo hacer, ha vuelto de pronto, disfrazado de tormenta de verano. Gotas de lluvia que me empapan de ilusión, de ganas, de vida.

sábado, 9 de mayo de 2009

De cuando la noche es demasiado oscura

Hacía mucho tiempo que no oía el silencio. El eco del tic-tac de los relojes. Me siento en el suelo, a tu lado. Tú respiración es lo único que lo rompe todo, que me rompe a mí. Quiero tocarte, sentir el calor de tu piel -¿aún queda calor en ti?- pero no quiero despertarte. Descansa. Sobre todo descansa.
No te veo, la oscuridad es demasiado negra. Pero te busco, porque sé que estás ahí. Porque te oigo respirar. Porque siento el calor que te queda –sí-.
Me he prometido no llorar, ser fuerte. Pero no puedo. La desesperación empieza a crecer. Me falta el aire que tú respiras, que te llevas, sin dejarme nada. Quiero ayudarte, pero no sé cómo. No sé cómo hacer que me dejes. ¿Qué hago mal? ¿Qué necesitas? Oigo las preguntas rebotar contra las paredes, pero ninguna me devuelve una respuesta. ¿Por qué no me contestas? ¿Por qué no abres los ojos? Te necesito tanto. Tranquila, no dejes espacio al desamparo. Es él quien te necesita fuerte, es él quien necesita ayuda.
Poco a poco el cansancio se apodera de mí. A tu lado, en el suelo, me voy quedando dormida. En el último momento antes de desaparecer pienso que, mañana, todo seguirá igual. Pero, al menos, tú también estarás despierto.

lunes, 9 de febrero de 2009

Reflexiones nocturnas varias

Muchas veces me siento como Forrest Gump: loca, rara, tonta, diferente. Creo que voy sobreviviendo, como él, por creer que vivo en un juego. ¿Son, realmente, tan transcendentales las decisiones que tomo? Seguramente sí. Pero sigo viéndolo todo con los ojos ilusionados de un niño ante un juego que le gusta, sabiendo que sólo es eso, un juego. Aunque no le guste perder sabe que, antes o después, terminará todo y volverá a ser como era. Tal vez soy como Camino afrontando, con la ilusión que caracteriza al amor, todos los aspectos de la vida. Tal vez como mi querido Frankenstein, siempre diferente, siempre solo.

Me gusta permanecer bajo la lluvia. Sentir una soledad tan profunda que llega a quemar, siempre con la seguridad de que el agua la extinguirá. No soy fácil de conocer, de entender. Eso dicen. No sé si me encierro en mí misma porque me da miedo hacerme mayor o porque jamás he sido una niña.

Nunca había hablado con nadie sobre ti. Hasta ayer. Expresar lo que llevas dentro siempre ayuda a entenderlo mejor. Con la ilusión abrasando cada parte de mí te busqué. Sin encontrarte. Nunca estás lo suficientemente cerca, siempre sólo pasos esquivos. “Como un beso detrás de la oreja”, dice la voz de un anuncio. “O en cualquier otro sitio”, pienso yo.
Lo único que me rescata del naufragio en esta cama demasiado grande es saber que mi nombre es capicúa.
Quiero ser capaz de aceptar la realidad.

Una niña me susurra que no estoy sola. Y yo sé que alguien, en la distancia, está leyendo para mí.

domingo, 18 de enero de 2009

20


Es inherente al ser humano (o eso nos hacen creer) el hecho de hacer un resumen global de nuestra vida en fechas señaladas (o que nosotros mismos señalamos). En dichos repasos, solemos poner el acento en las cosas que no tenemos o que no hemos hecho en vez de en las que sí han sido parte de nuestro camino. Yo, sin querer ser menos ser humano, hago acopio de toda mi valentía he intento hacer un pequeño juicio sobre mis 20 vueltas al sol.
Realmente no tengo nada interesante que contar, nada especialmente gracioso ni memorable. Tengo las manos vacías. Soy una hija normal, una amiga normal, una estudiante normal. No hay nada de mí que sea diferente o extraordinario. Y pienso que eso, tal vez, no esté tan mal.
Sólo hay dos aspectos en mi vida de los que me veo dependiente. La primera son mis ojos o, mejor dicho, mis ojos como instrumento. Todo lo que me rodea merece siempre la caricia de mis pupilas. Podría sentarme toda la vida en un banco y simplemente observar, mirar todo lo que pasa a mi alrededor ya que, por mucho que intente desentrañar cualquier persona u objeto siempre encuentro algo nuevo, siempre se me escapa algo que se le escapa a mi mirada. No puedo evitarlo, no puedo intentar no hacerlo.
El otro acto inevitable es el de pensar. Pienso cosas reales y cosas que me invento, problemas y alegrías, cosas muy y menos importantes, cosas que no pueden ser, cosas que serán, sueños y realidades. A veces me debato entre grandes cuestiones filosóficas, la mayoría del tiempo sobre tonterías. Pero no podría imaginarme una vida sin eso, sin mi cabeza pensante. Muchas veces me dicen “no le des tantas vueltas a una tontería” o “¿pero por qué te haces preguntas tan estúpidas?” o “¿a qué viene eso ahora?”. “Deja de pensar tanto!” y la respuesta siempre es la misma: no puedo. Muchas veces incluso me cuesta dormir porque no quiero parar de pensar.
Al final de un día de duro autoanálisis para descubrir qué o quién soy llego a esta conclusión: unos ojos que observan y una cabeza pensante. Sí, eso es todo después de 20 vueltas al sol.
Y concluyo que algún día tendré que hacerme mayor porque a este paso no llegaré a ser ni siquiera principita.