lunes, 24 de noviembre de 2008

Hoy

Hoy me he encontrado de frente con el otoño. Como todo lo que esperas durante todo un año con impaciencia, parece que nunca va a llegar. Pero al final siempre acaba la espera, antes o después.
Hoy se han caído todas las hojas, aún no sé si de pena o de alegría. Aún no sé si es una despedida o ese viaje que tanto anhelaban. Aún no sé si una muerte lenta o el comienzo de una vida mejor. Pero sé que ahora están más desamparadas, que son más libres.
Hoy he visto al viento contento. Jugaba con hojas, bufandas. Jugaba con niños y ancianos, hombres y mujeres. Jugaba sin distinciones de ningún tipo. Se divertía y hacía divertirse a todas las personas y cosas.
Hoy he paseado con las manos metidas en los bolsillos. He despertado a las hojas que se había dormido sin querer, como cuando todos éramos pequeños. Hoy el viento también ha reparado en mí, parecía el único que lo hacía. Y me he sentido acompañada en soledad.
Hoy he recordado tantas cosas. Me he empapado de los colores, que año tras año vuelven a ser distintos, sin cambiar nunca.
Hoy he llorado, sin saber por qué.
Hoy no he echado de menos el mar.
Hoy todo podría haber sido en blanco y negro.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Hitler y la libertad

Parece que todos tenemos la palabra libertad en la boca. Unos creen que la tenemos, otros pensamos que no, pero parece la meta final de todos nosotros, tanto para los que realmente la buscan y para los que sólo la nombran.
¿Sabemos realmente lo que significa LIBERTAD? El libro "El miedo a la libertad" la describe muy bien. Fromm plantea su propia idea, en la que el lector acaba por preguntarse si es realmente lo que quiere.
El ser humano, por su naturaleza, necesita sentirse querido, parte de algo. Tendemos a agruparnos para poder identificarnos con los demás, y excluímos a los que no forman parte de nosotros para sentirnos más fuertes.
Eso es lo que he visto hoy en unas imágenes de la época nacionalsocialista. Hitler, apoyado por su partido, dio a las personas lo que querían. Les hizo sentirse parte de algo, de algo con poder. Les dio colores, a todos los mismos. Un símbolo, un gesto, unas palabras. Todos eran uno. Todos perseguían los mismos fines, los de unos pocos. Si el nacionalsocialismo llegó tan lejos no fue sólo porque una minoría lavase el cerebro a los demás, sino porque el resto estaba sediento de nuevas ideas. Necesitaban unidad, necesitaban fuerza.
Y, ¿qué mejor que además "excluír" (por usar algún eufemismo)a los que no pertenecían a su grupo? Eso les daba poder. Manos a la obra.
Por un tiempo todos estuvieron protegidos por su grupo, todos formaban parte de algo que daba sentido a su existencia. Nadie quiso darse cuenta de que, su mesías, no debería formar parte del grupo del que predicaba.
No le quitemos méritos a Hitler. No era una gran persona, pero si un gran vendedor: vendió algo que el resto no quería por un preció desorbitado (otro eufemismo). Pero todos lo compraron.
El libro "The wave" de Morton Rhue habla de un experimento ficticio, en el que un profesor propone a su clase identificarse como grupo. Se inventan unos saludos, unos gestos y unos símbolos. Al principio todo marcha bien, los alumnos se sienten a gusto y unidos. Poco a poco el colectivo va degenerando hasta, como en los años nazis, despreciar al resto, llegando a emplear la violencia por defender y proteger el grupo. Eso sí, dentro del grupo se ayudan y apoyan unos a otros.
¿Quién quiere entonces la libertad? ¿Para qué? Fromm nos describe la libertad como la ruptura de todas nuestras ataduras, y eso es algo que no mucha gente quiere. Romper con las ataduras monetarias, políticas y... sociales. En todos los sentidos. Volver a ser un individuo, sin más. Esa es la verdadera libertad y no la descafeinada que con tanta facilidad nombramos. Dejemos de comprar todo lo que está a la venta.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Una fotografía. Un momento, instantes. Sabía que allí pasaba algo y tuve la necesidad de mirar. Intenté evitarlo, pero las luces parpadeantes de un coche de policía no ayudaron mucho a mi propósito. Mis ojos se deslizaron poco a poco y, en pocos segundo, supe no tendría que haber mirado.
La imagen que vi me impactó tanto que mi pie pisó el freno de repente, sin avisar. El coche paró en seco y el claxon de protesta no tardó en llegar. Tardé en reaccionar, en volver a meter primera.
Aquella escena aun permanece fresca en mi memoria y, con frecuencia vuelve a mí. Cuando esto sucede, mi mirada sigue perdiéndose en el vacío, mis músculos pierden fuerza y una lágrima asoma tímida, sin hacer ruido, igual que se va. En ella se refleja por unos segundos un hombre. Un hombre y un niño. El primero lucha, lucha contra otro, se aferra con fiereza a lo poco que tiene. Grita con rabia, impotente al ver que le arrancan sin miramientos lo que le mantiene a flote. Pero no se resigna. No quiere que si hijo le vea rendirse. Pelea, grita, intenta zafarse de las garras que le aprisionan. El otro, un niño, llora. Llora porque no entiende, porque no sabe. A sus pies, un par de mantas, una silla rota y una maleta vieja. Toda una vida que espera, tirada en medio de la calle. Sus ojos empañados miran a los adultos. ¿Por qué gritan? ¿Por qué pegan a su padre? Sus brazos cuelgan, sin fuerza, pegados al minúsculo cuerpo. Está asustado pero no tiene miedo a perder, nunca ha tenido nada.
La lágrima huye, al igual que su reflejo, lejos. Muy lejos de una fría mañana frente a la cárcel de Carabanchel.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Cuando, por “obligación”, tuve que ir a ver una exposición de fotos, me alegré al comprobar que renacía en mí la fascinación por la fotografía que había sentido tiempo atrás. Volví a perderme entre tiempos pasados y presentes, futuros tal vez. Volví a habitar vidas ajenas, a imaginar la historia que se escondía detrás de cada rostro.

Fueron muchas las imágenes que me llamaron la atención, pero sólo hubo una que realmente me conmovió. Estuve largo tiempo intentando desentrañar lo más profundo de su expresión. Esos ojos me cautivaron. Esconden una verdad a la vez tan clara como difusa. El resto del marco pasó prácticamente desapercibido. Peros esa mirada…

Enfrentados al lujo que los rodea, los ojos están tristes. Algo les da miedo, les asusta. Están cansados de mirar, cansados de ver, cansados de ser y de estar. Me da la impresión de que en, cualquier momento, caerá una lágrima. Solitaria conseguirá escapar de la cárcel blanca, del muro que todo lo rodea. Y los ojos serán libres al fin.