miércoles, 24 de junio de 2009

Fresas con champán


Nunca me había parado a pensar por qué se toman las fresas con champán. ¿Tú te lo habías preguntado alguna vez?
Le prestaba una atención relativa a Pretty Woman hasta que Richard Gere lo dijo: el champán aumenta el sabor de las fresas. ¿Será verdad? Y mi cabeza empezó a funcionar. Sin permiso, como siempre. Mi interés hacia el resto de la película desapareció. Fresas y champán. La burbujeante bebida es más de Navidad, la fruta roja viene con el verano. Tal vez sea el invento de un avaricioso príncipe que lo quería todo junto, el frío y el calor. Quizás fue una bruja la que los separó, como castigo a un exceso de lujuria. ¿Y por qué juntos representan una sensual seducción? ¿Lo sabes tú? ¿Lujo y sensualidad? ¿Desinhibidor y afrodisiaco? O a lo mejor sólo es una tontería más, que únicamente tiene importancia cuando alguien se la da, como yo.
Iré a comer unas fresas, para el champán aún es pronto. Seguramente exista una sencilla respuesta química y la mezcla de ambas sustancias haga que aumente el sabor. Preferiría pensar que no, para tener algo sobre lo que escribir.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Lo hermoso de las fresas y el champán no es el sabor, no es el alcohol, no son los objetos en sí.

Es el instante -cuando se marcan los minutos con los dedos sobre la espalda desnuda del otro-, el lugar -la habitación de un bello hotel veneciano sobre el Gran Canal-, las dos copas -cristal de Bohemia, frágil, como el sentimiento que los llevó allí-, el carmín tatuado en el borde de una de ellas, las fresas -acompañadas a los labios del otro en lugar de una palabra: sólo un gesto silencioso-, dos personas -el azar que los llevó hasta allí: las palabras, risas o sonrisas, sí, la seducción y el deseo...-: "cuando me sentaba a su lado y le rozaba los dedos, una calidez natural me colmaba el corazón. A ella podía decirle con relativa facilidad cosas que no podía decirle a nadie más. Me gustaba besarle los párpados y los labios. También me gustaba levantarle el pelo y besarle sus pequeñas orejas. Cuando lo hacía, ella soltaba una risita sofocada. Incluso hoy, al recordarla, imagino una plácida mañana de domingo. Un domingo tranquilo, despejado, recién estrenado (...). Un domingo sin deberes, libre para satisfacer cualquier capricho. A menudo, ella me hacía sentir como aquellas mañanas de domingo (...)"

O quizá un simple desgarro de pasión vacía, lujo y desesperación sin nombres. Puro gesto, sexo frío, caro champagne para impresionar.

Quién sabe... Sí, lo importante es escribir.