martes, 18 de diciembre de 2007

Sólo una cosa

Dices que no se puede querer tan rápido... ¿Qué es rápido?... Te conozco desde hace dos meses y un poquito, pero he aprendido a quererte como a amigos de toda la vida...
Aprendo de tí cada día y me haces darme cuenta de lo diferentes que pueden ser las cosas vistas a través de otro cristal... Has hecho que te odiara a veces diciendome cosas que me dolían pero, por suerte, también me has hecho ver que, pese a todo, eran ciertas...
Hoy, por una tontería, me he dado cuenta de lo que necesitaba un abrazo tuyo que, por supuesto, ha llegado al final... Me has hecho sonreir! Y hasta me has dado un beso de esos que dices que no me darás más!

Un día Güis (aquel profesor de filosofía) me pidió que definiera el amor... Yo le dije: Amor es ser y estar... en cualquier momento... en cualquier situación...
Para mi, el amor de cualquier tipo se puede resumir (muy resumido) en eso... Tú lo cumples... Ríendo o llorando...

Por eso, sólo puedo decirte una cosa... Gracias, amigo...

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Los amantes del círculo polar

Cuando hace frío la mayoría de las cosas van más deprisa, o llegan antes. Me refiero a las casualidades. Me encanta que haga frío.

Voy a quedarme aquí todo el tiempo que haga falta. Estoy esperando la casualidad de mi vida, la más grande, y eso que las he tenido de muchas clases. SI. Podría contar mi vida uniendo casualidades. La primera y la más importante fue la peor...

Es bueno que las vidas tengan varios círculos. Pero la mía, mi vida, sólo ha dado la vuelta una vez y no del todo. Falta lo más importante. He escrito tantas veces su nombre dentro. Y aquí, ahora mismo, no puedo cerrar nada. Estoy solo.

Estar enamorada no es fácil. No basta con desearlo, hay que oírlo.

Sentí que algo conocido se había metido dentro de lo desconocido, había llegado al fin de algún sitio. Tuve un pálpito, fue el primero de muchos.

- ¿Y a mí qué me vas a regalar para Navidad?
- Nieve, toda la que quieras...

Nunca he tenido el corazón tan rojo.

- Tú eres Ana, la hermana de Otto.
- Si, tenemos los nombres capicua, eso no se borra.

Mi padre me decía que mi nombre era capicúa para que mi vida se llenara de suerte... así que me dio un vuelco... la vida.

martes, 11 de diciembre de 2007

Cuando estoy contigo

El cielo está gris. El suelo del parque mojado. Los columpios barridos. Hace frío, mucho frío. Pero, ¿qué más nos da? Cuando estamos así sentados en un banco, cuando me abrazas tan fuerte que hasta siento los latidos de tu corazón, cuando tienes tu cara tan cerca de la mía que siento tu respiración en mi mejilla el tiempo pasa tan deprisa... Demasiado. Ojalá este momento no se acabara nunca. Ojalá pudiera tenerte siempre tan cerca. Ojalá esta inmensa felicidad durara eternamente.
Tan esclavos del tiempo, sólo tenemos un par de horas para darnos en esta tarde de viernes. A veces, te juro, de veras, que siento no darte la vida entera, darte sólo estos momentos. Pero alguien me dijo un día una indudable verdad: que olvidamos las pequeñas alegrías por lograr la gran felicidad. Por eso, nada de pensar en este momento. Sólo sentir. Sentirte, sentirme. Sentirnos.
Dejo que el tiempo se pare, sólo unos segundos. Dejo que tus brazos acorralen mi cuerpo. Dejo que tu olor invada mis sentidos. Dejo que tu aliento penetre por cada poro de mi piel. Dejo que la felicidad me inunde.
Noto tu mirada clavándose en mi. No me atrevo a devolvértela. Soy incapaz de aguantar la mirada de esos ojos que nunca bajan la guardia, lo sabes. Al final lo consigo. Después de unos segundos me rindo, aunque el cosquilleo en la tripa aún no se ha ido del todo.
Es la forma de mirar de esos ojos azules la que me hace sonreír, la que mueve mi mundo.Poco a poco ha ido pasando el tiempo. Los segundos se han convertido en minutos y los minutos en horas. Tienes que irte. Sólo una última caricia, un último roce. La piel se me eriza con el último beso. Sé que mañana te volveré a ver pero hasta mañana que mucho tiempo. Toda una eternidad.

martes, 4 de diciembre de 2007

Odio

Otra vez, la puerta de su habitación se cerró para defenderla, cobijarla, esconderla. Otra vez se apoyó en ella, con los puños cerrados con fuerza y la lengua apretada entre sus dientes. Otra vez comenzó a contar, uno, dos, tres, sin que diera resultado. Otra vez, gritaba, muy alto, para dentro, sin mas desahogo que un par de lágrimas, que resbalaron por su mejilla llenas de impotencia, rencor, ira, dolor y odio, sobre todo odio. No quería pasar ni un solo día mas entre aquellas cuatro paredes y rodeada de esas personas. Esas personas, esas discusiones, esos gritos y ese miedo. Se hizo gracia a sí misma, pensando lo mismo que ayer y que antesdeayer. Siempre volvía a caer, siempre volvía a pasar, siempre. Oyó sus firmes pasos acercarse. Ya conocía aquella sensación, aquel impotente pánico a su fuerza. Suplicó, a quienquiera que la escuchase, si es que alguien lo hacía, justo antes de sentir la puerta golpearla, no con mucha fuerza. Vuelve a sentarte donde estabas, escuchó antes de soltar un leve suspiro de alivio, aunque lo peor estaba por venir. Apretó mas aún sus puños y dientes, si era posible, y obedeció sin rechistar. El miedo la dominaba, aunque no sabía que prefería. Él aguardaba al otro lado de la puerta. Sin ni siquiera levantar la mirada, ella cruzó el umbral de la puerta, eso si, lo mas arrimada al otro lado que podía, y se dirigió hacia donde había estado sentada. Oía su respiración detrás de ella. Sentía su rencor crecer junto con la impotencia frente a él. Su cuerpo comenzó a temblar y a aliviar aquella furia de la única manera en que su sentido se lo permitía, llorando. Una vez sentada, intentó perder su mirada, en cualquier parte, daba igual. Trataba de distraerse, no pensar en ella, pero no sabía cómo. Comenzó a entonar mentalmente una canción. Intentaba concentrarse en ella, convertirla en la reina de todos sus pensamientos. Lo intentaba de verdad, pero las lágrimas le brotaban de los ojos cerrados sin parar. Comenzó a gritar otra vez, en silencio, claro. Abrió los ojos y se sorprendió a sí misma con las uñas clavadas en sus piernas desnudas, desgarrando su piel y dejando gruesas líneas rojas tras de sí. Era la única manera, no había otra, de gritar. Puedes irte ya, si quieres, resonó en sus oídos. Dilo, pensó ella, dilo, que te mueres por hacerlo, Solo lo he hecho para que me respetes, venga, dímelo. Respeto, le hacía gracia esa palabra, y la facilidad con que la gente la confundía. Porque a ella, ni de lejos le parecía lo mismo respetar que temer. Y ella, no le respetaba… Se levantó y se dirigió hacia su habitación. Antes de haberle dado tiempo a salir de la sala, unas palabras se clavaron en sus oídos. Suplicó de nuevo, aunque ya sabía, que nadie la escuchaba. Suplicó en silencio, para sus adentros, que esas no fueran las palabras que ella creía. Pero el eco que habían hecho en su interior, le contestaron, haciéndole enloquecer de rabia. No quiero, se atrevió a responder. Él se levantó amenazante y repitió con firmeza, Dame un beso. Comenzaba a perder el control. Su cara ardía, sus ojos no dejaban de llorar, como los negros nubarrones de una tormenta, su lengua sangraba, dolorida, atrapada entre sus implacables dientes. Gritaba, mas alto que nunca. Cuando sus caras se acercaron, pensó irremediablemente en hacer lo único que le apetecía en esos instantes, escupirle, asqueada por su persona al completo, pero no pudo. Esa persona también incluía demasiada fuerza. Apenas sus labios hubieron besado su piel, salió corriendo, a refugiarse entre sus sábanas. Y allí calló, rendida, abatida y humillada. Después de aquello, no le quedaban fuerzas ni para odiarle. Se encogió en sí misma y se abrazó a la almohada, sola. Sin nadie que le dijese, No llores, yo estoy contigo, o, Duerme, mañana estarás mejor, o, simplemente, la abrazase y llorase con ella en silencio. Sola. Suspiró y se puso a llorar. A llorar hasta la última lagrima que le quedase, no podía guardar ninguna. Para que mañana, en el trabajo, nadie note nada.

El Principito






Después de mucho tiempo, dedicaré esta entrada a uno de los libros que más me ha enseñado sobre la vida y sobre como vivirla: El Principito.


El Principito me enseñó a dibujar boas abiertas y boas cerradas, aprendí que los baobabs pueden ser muy peligrosos, que las flores pasan frio y que los números no sirven para nada.


Pero sobre todo me hizo soñar, me mostró que hay otra forma de mirar el mundo, que todo puede ser más fácil y que el Principito siempre caminará conmigo.




"Para mí, éste es el más bello y el más triste paisaje del mundo. Fue aquí donde apareció el principito en la Tierra, y luego desapareció.
Mirad atentamente este paisaje para que estéis seguros de reconocerlo, si algún día hacéis un viaje a Africa, al desierto. Y, si llegáis a pasar por allí, no tengáis prisa, os lo suplico, ¡esperad un poco exactamente debajo de la estrella! Si entonces un niño viene hacia vosotros, si ríe, si tiene cabellos de oro, si no responde cuando se le pregunta, adivinaréis al momento quién es. ¡Entonces sed buenos conmigo! No me dejéis tan triste: escribidme en seguida que él ha vuelto..."


*Gracias, amigo, por la idea y por, de repente y sin saberlo, devolverme la ilusión. Esta entrada también para ti, principito...