domingo, 28 de junio de 2009

Hay miedos que pueden resultar más peligrosos que otros. Hay personas con absoluto pánico escénico que son incapaces de ponerse delante de un amplio número de individuos. Pero, aún así, creo que es más fácil hablar delante de una masa anónima que enfrentarse cara a cara, mirando a los ojos, a una persona, alguien con rostro, con nombre y apellidos.
Cuando tengo la sensación de que he dejado palabras en el tintero, palabras que no han sido pronunciadas, siempre pienso que sólo hay dos motivos por los cuales esto sucede: o, por alguna razón, no he querido hacerlo o no tengo el valor para buscar las palabras. Piensa que ambas necesitan solución.
No sé con cuál de tus personas quedarme: con la que se enfrenta y da la cara o con la que se esconde entre palabras confusas. Tampoco sé qué te lleva a cambiar, a ser una u otra.
Pero creo que, al fin y al cabo, es un acto de cobardía y que, en el fondo, me subestimas.


"Los cobardes mueren muchas veces antes de su verdadera muerte; los valientes prueban la muerte sólo una vez." (William Shakespeare)

Ana.

PD. Cuando concluya el silencio (por cierto, es laboral) sabrás de mí.

miércoles, 24 de junio de 2009

Fresas con champán


Nunca me había parado a pensar por qué se toman las fresas con champán. ¿Tú te lo habías preguntado alguna vez?
Le prestaba una atención relativa a Pretty Woman hasta que Richard Gere lo dijo: el champán aumenta el sabor de las fresas. ¿Será verdad? Y mi cabeza empezó a funcionar. Sin permiso, como siempre. Mi interés hacia el resto de la película desapareció. Fresas y champán. La burbujeante bebida es más de Navidad, la fruta roja viene con el verano. Tal vez sea el invento de un avaricioso príncipe que lo quería todo junto, el frío y el calor. Quizás fue una bruja la que los separó, como castigo a un exceso de lujuria. ¿Y por qué juntos representan una sensual seducción? ¿Lo sabes tú? ¿Lujo y sensualidad? ¿Desinhibidor y afrodisiaco? O a lo mejor sólo es una tontería más, que únicamente tiene importancia cuando alguien se la da, como yo.
Iré a comer unas fresas, para el champán aún es pronto. Seguramente exista una sencilla respuesta química y la mezcla de ambas sustancias haga que aumente el sabor. Preferiría pensar que no, para tener algo sobre lo que escribir.

viernes, 19 de junio de 2009

Sobredosis

Su espalda apoyada en la pared. En una mano se consume un cigarro, la otra sujeta su cabeza que pesa demasiado como para permanecer erguida. No entiende cómo ha llegado a ese punto, ¿qué he hecho?, ha vuelto a caer. Lo ha intentado. Con todas sus fuerzas ha intentado resistirse. Pero él acabó siendo más fuerte, su debilidad. Su única debilidad. Y ahora ya no hay vuelta atrás, ahora corre por sus venas sin compasión. ¿Qué he hecho?
Comienza a sentir cómo va nublando su cabeza, cómo inunda sus pulmones. Intenta atrapar una última bocanada de aire. Pero es demasiado tarde, todo está perdido.
Cuando está a punto de abandonarse a la locura, la despierta una suave brisa. Inunda todo con un olor que ella conoce bien. Llena de rabia, se frota la nariz. No, no quiero. No quiere que ese aroma entre dentro de ella. Cuando cree que no puede haber mayor sufrimiento que el que ahora inspira, un sonido le taladra los oídos. Esa voz, dulce. Grita, para sólo oírse a sí misma. Grita, lo más alto que puede, para no oír nada más, mientras con las manos presiona sus orejas. Con fuerza, para no oír nada. Pero queda petrificada. Ha notado una mano recorriendo su piel. Violentamente intenta apartarse, no quiero que me toques. No lo consigue. Sólo quiero abrazarte, retumba la voz y los brazos la aprisionan. Quiere escapar, correr lejos de allí.
Abre los ojos. Sólo para despertarse, sólo para que se acabe. Y ahí está él. Sólo un beso, el suave sonido mientras se acerca. No puede escapar. Y grita, cada vez más fuerte, llora, gime. Con las uñas araña su propia piel, desgarra su propio rostro. Grita. No sabe que no hay nada. No sabe que está sola, que pelea con fantasmas.

Abre los ojos. No sabe dónde está, no sabe qué ha pasado. Le duele cada parte de su cuerpo, la piel le arde. Y está sola. Quiere abrazarle, pero no está. Quiere verle, tenerle a su lado.
Le hace falta mucho esfuerzo para levantarse. Tambaleándose, apenas logra mantenerse en pie. Su mano busca la pared para no caerse, tiene que aprender a hablar sobre el suelo resbaladizo. Un paso, otro. Va a buscar su dosis diaria. Toca su nariz, sangre.
Sabe que no debe, otro paso, pero está irremediablemente perdida: necesita sus palabras, las de él, fluyendo por sus venas.

jueves, 18 de junio de 2009

Larga noche

La noche me oculta. Ahora, cuando nadie me ve, puedo curar mis heridas. Miro a mi alrededor. La pared que tanto esfuerzo me había costado, que con tanto esmero había levantado para protegerme, no es más que añicos, pequeños trozos esparcidos por todas partes.
Asustada e indefensa los voy recogiendo. No puede quedar ninguno o nunca seré capaz de reconstruir me refugio. El pegamento… ¿dónde está? No sé dónde lo he puesto. Mientras lo busco desconsolada, he dejado caer, sin querer, todas las piezas del puzle que llevaba recolectadas. Qué desastre. Volver a empezar. Una lágrima se asoma a mis ojos. Son demasiadas, yo sola no puedo.
Perdida, me tumbo sobre ellas buscando un amparo que ya no existe. ¿Cómo he podido dejar que se rompiera?, ahora que ya no tiene remedio. Como un animal lamo mis heridas. No sabía que las cicatrices que parecen curadas pudieran abrirse de nuevo.
Tumbada en el suelo, rodeada de pedazos de nada, envuelta en un silencio tan atronador que apenas me deja pensar, comprendo que el daño es irreparable. El simple sonido de una respiración o el calor de una piel podría salvarme. Nada.
Sólo la noche se acerca a mí. Para que no se me olvide que estoy sola, me cubre con una áspera manta de oscuridad. Antes de desaparecer, también ella, dice: Así, al menos, no pasarás calor.

miércoles, 17 de junio de 2009

Rosas blancas

“Tu mirada distraída me acarició sin quererlo y en el acto, en cuanto se encontró con la atención de mis ojos, se convirtió en aquella manera tuya de mirar (…), esa mirada tierna que te envuelve y a la vez te desnuda, que te rodea y casi te toca (…). Tu mirada, de la que yo ya no podía ni quería deshacerme, aguantó la mía uno o dos segundos, y luego continuaste adelante. El corazón me latía con fuerza, me vi obligada a ralentizar el paso y, cuando me di la vuelta por un impulso que no se dejaba reprimir, vi que te habías detenido a mirarme.”

Stefan Zweig - Carta de una desconocida

viernes, 12 de junio de 2009

¿Un día cualquiera?

Ruido. Me quejo. Hasta en sueños oigo el sonido del despertador. Abro los ojos. Mal despertar. Otra vez he olvidado que yo no sueño. El reloj dice que es tarde. Correr. Apenas dos minutos para que el agua resbale sobre mi piel. Prisa. Ropa y puerta. Mis pies se mueven solos. Correr. Ruido, empujones y yo sólo quiero dormir. Prisa. Sólo tumbarme en la cama y que nada ni nadie me molesta. Prisa. Entre pisotones oigo un pitido escaparse. Correr. Resoplo. Soy un desastre. Prisa. Correr. Con lo bien que estaba yo en la cama. Calor. Abrir frente a mí. Cerrar. Abrir. Cerrar tras de mí. Correr. Subir. Calor. Otro motor. Prisa. Respiro hondo. Ya está.

La tranquilidad me envuelve. La luz se ha apagado y un cristal da vueltas, sin parar. Pero está quieto, sin preocupaciones. Como yo. Como un rayo cualquiera. Como un ibuprofeno mágico, que puede con todo. Años, historias, viajes. Todo se ha ido. Todo menos una suave voz. No me canso. Ya no quiero dormir, sólo escucharla, sólo paz. Nada se mueve, ojos y risas. Hasta el agua descansa ya.

Vuelve a sonar el despertador. No, yo no sé soñar. Que me pierdo. Adiós. Prisa. Calor. Correr. Correr. Correr.