domingo, 21 de septiembre de 2008

Sólo un enorme abrazo y mucho cariño que te encuentren estés donde estés... amigo.

Este ha sido, sin duda, un verano diferente. Siempre antes usado para viajar, este año había decidido pasarlo en casa, en Asturias. Y, para mi sorpresa, han sido dos meses maravillosos.
Dos meses en los que la vida cotidiana de personas a las que conocía y personas a las que no, me han ayudado a ver la vida de otra manera. He aprendido que todos ,en algún punto secreto de nuestra fortaleza, somos frágiles. He aprendido que las personas más inesperadas pueden enseñarte, hacer que veas el mundo desde otra perspectiva. He aprendido que las mejores decisiones se toman sin pensar y que tomar una u otra, muchas veces, tampoco tiene tanta importancia. He aprendido que nuestros planes de futuro comienzan aquí y ahora y no "mañana" o "algún día". He aprendido que no todo lo que damos por sentado es y que las personas cambian.
Pero sobre todo he aprendido que soy yo, que necesito a personas de la misma forma que ellas me necesitan a mi y que todo es más fácil si dejas que fluya a su ritmo.

Y hoy, de vuelta en Madrid y degustando un delicioso helado de leche merengada con ayuda de una cuchara de mango rojo, me doy cuenta de que nada va a cambiar y nada seguirá siendo como antes.

jueves, 18 de septiembre de 2008

El silencio y la oscuridad de las horas de sueño marcan el compás. Ella espera tranquila, impasible. Acostumbrada a la soledad no tiene prisa porque sabe que, antes o después, él llegará. Y llega, como siempre, antes o después. Ilumina la estancia con una suave penumbra, apenas audible. Sin reparar en ella se sienta a su lado. Cerca, muy cerca. Ella aguarda, deja que el tiempo siga su ritmo, hasta que él la mira con el pudor de un niño pequeño.
Arrastra desde hace mucho un único deseo, tenerla entre sus brazos. Pero se frena, reprime su impulso, y se obliga a ir despacio. Sabe que perderá esa lucha contra una atracción que intenta ignorar, como siempre la pierde. Y lo nota. Poco a poco su cuerpo va cediendo, sus brazos van alargándose hacia ella hasta que la rozan. Rendido, comienza a desnudarla, con cuidado, con cariño, hasta que la tiene ante sí. Sin ropa, sin secretos, tal y como es. La acaricia casi con temor, sin acercarse demasiado, hasta que reconoce la suavidad de su piel, el calor de su cuerpo. Sólo entonces deja que su cabeza descanse sobre ella y la abraza. Con delicadeza la acerca a su pecho, haciéndola suya, haciéndoles uno. Empieza a acariciarla, ella se rinde ante sus manos. Los dedos se entrelazan, el ritmo en inconstante. La toca, como sólo él sabe, hasta que, al fin, ella grita su felicidad entre gemidos y palabra bonitas.
Y así, inmersos en su silencio, desafían al amanecer haciendo un amor que sólo ellos comprenden.


A un bajo que nunca entenderé y su bajista.